jueves, 25 de septiembre de 2025
... Si Bourdieu "viviría", o cómo evitar el "enclasamiento"
... ¿Y qué alma?
martes, 23 de septiembre de 2025
... La ficción, dice, aún respira. Y lo demuestra
Juan José Millás: "El día que me desaparezca el gusto por la lectura y la escritura no creo que quiera seguir viviendo"
Millás ha defendido la memoria y la imaginación como las materias primas más poderosas de la literatura. Ha hablado del arsenal íntimo con el que cada escritor fabrica un mundo: recuerdos implantados, recuerdos falsos, recuerdos inventados. "Somos hijos del cuento", ha sentenciado. La ficción aún late. Lo que se imagina termina filtrando en lo real. La novela, entonces, no puede morir porque se alimenta de la misma materia que nos hace humanos.
La novela de Neuman es un homenaje y un mapa. Traza la vida de una mujer que peleó desde las bibliotecas, desafió las normas cuando la Academia se negó a recibirla y dejó como legado un organismo vivo en forma de libro. "En lugar de ir cerrando, va abriendo", ha observado Millás. Mientras otros dictaminan la defunción de la novela, Moliner y Neuman la devuelven a su pulsación más elemental: la de explorar con la palabra.
domingo, 21 de septiembre de 2025
... Venderé mis palabras
- Realismo.
- Subjetividad e intimismo.
- Temas de la vida cotidiana.
- Humanismo y compromiso moral.
- Dignificación del lenguaje poético.
Dinero
"¿Venderé mis palabras, hoy que carezco de utilidad,
de ingresos, hoy que nadie me fía?
Necesito dinero para el amor, pobreza
para amar. Y el precio de un recuerdo, la subasta
de un vicio, el inventario de un deseo,
dan valor, no virtud, a mis necesidades,
amplio vocabulario a mis torpezas,
licencia a mi caliza
soledad..."
Claudio Rodríguez
En este poema por ejemplo el término "dinero" se toma como símbolo de todo lo valioso que hay en la vida, todo lo que nos aporta una riqueza espiritual. El poeta nos dice que para amar necesita valía interior y humildad. Pero los términos que escoge para expresar son "dinero" para referirse a la valía, y "pobreza", para la humildad. El resultado final es una expresión aparentemente incomprensible. En el poema antes mencionado podemos ver como el poeta hace uso de la metáfora y de símbolos.
... La literatura difunta
Dijo: NOVENTA Y OCHO, y al decirlo su voz doblaba a muerto, lánguidamente, como una campana.
Me había recibido en la biblioteca, muy enlutado y estirado, con una sonrisa fría de hombre que quiere sobreponerse al desagrado de su pésame; que trata inútilmente de disimularlo para desembarazar al amigo solícito del enojoso motivo de su visita. Pero yo insistí, con la torpeza de siempre, en esos casos, en hablarle del duelo.
Dijo: NOVENTA Y OCHO, y al decirlo su voz doblaba a muerto, lánguidamente, como una campana.
—Sí —me respondió él resignado—; los libros se mueren también, ¡son tan humanos! Yo vivía tranquilamente, aquí, en esta biblioteca; entre ellos, seguro de su permanencia, hasta que un día, la criada al limpiar el polvo, rompió un cristal… ese… —y me señalaba un hueco vacío del estante—; de ahí salió el primer cadáver, apestoso, rígido, agarrotado, inflexible… ¡No quiero recordarlo!…
—A veces —le dije para consolarle— los libros se mueren antes que los hombres que los han escrito.
—¡Siempre! ¡Siempre! —me contestó, exaltándose…
Yo le interrumpí:
—¡Eso, no! Se dan también casos de supervivencia.
Pero él me miró, desdeñosamente añadiendo:
—Los libros que se mueren, se mueren, siempre antes, mucho antes que sus autores. Y es lo más terrible. El otro día, al volver del cementerio, me encontré en la calle el novelista ese, sucio y barbudo, de quien acababa de dejar caer todos los libros en la fosa. ¡Qué espanto el mío! A él no podría salvarle nunca, ante mis ojos, ni la cal, ni el verle comido de gusanos. ¡Asqueroso espectáculo el mirar arrastrarse, ahora, a esas larvas fantasmas sin sus libros muertos, que he enterrado ya todos!
—Pero si queda el hombre —insistí— no habría que perder la esperanza.
Volvió a mirarme entonces, con más lástima que con desdén, diciéndome:
—No sabe, no sabe. Eso es, precisamente, lo imposible. Porque ellos son los que se creen vivir en sus libros muertos. Viven realmente así, en sus muertos; nutriéndose de su propia descomposición putrefacta; alimentándose de cadaverina. ¡Si viera la peste que hubo aquí, el último día, al sacar de esos estantes tantos cadáveres! Todavía me parece sentirlo.
Abrió de par en la ventana, y continuó:
—Usted no lo nota, ¿verdad? ¡Ay! ¡A mí me ha destrozado la vida!
Comprendí. Al mirarlo, ahora, comprobaba el avance rapidísimo del tiempo en su cara; se había endurecido y avejentado de pronto. Continuó:
—Yo estaba seguro, contento siempre. Cuando entraba aquí, en esta biblioteca, ¡me sentía acompañado! No necesitaba que me hablasen; me bastaba con su presencia. ¡Vidas queridas! Entre sus dobleces guardaban lo mejor de mis pensamientos, el olor a la manzana de las primeras emociones…
Fue una torpeza mía querer descubrir en aquellos restos, que volvían de un viaje lejano y absurdo, otro significado que el de lo muerto. Cuando abrí las primeras páginas de su libro, me pareció que abría la urna de un cadáver. Y lo cerré, instintivamente, con horror, creyendo estar yo también difunto.
Hizo una pausa. Mirábamos los dos por la ventana abierta, las luces de la tarde.
—¿Y entonces? —le pregunté intrigado.
—Entonces, después, enseguida, llamé a la Funeraria. Y ya ve usted lo que ha pasado —me dijo señalándome los estantes vacíos.
Me levanté. Estreché su mano, silenciosamente Salí. Respiré hondo, fuerte, el aire agudamente frío de la calle. Al pasar por delante del escaparate de la librería, volví la cabeza hacia otro lado.
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La literatura difunta
jueves, 18 de septiembre de 2025
... Hay frases que arreglan una tarde rota
Las tardes rotas
Abro un libro al azar. En los días de desconcierto, voy abriendo libros al azar con desesperación en busca de frases que me expliquen la vida o que me alivien del dolor de no entenderla. Acabo de tropezar con esta de un poema de Sholeh Wolpé: “Los errores son los ligamentos que sostienen nuestros huesos”.
Me detengo. La paladeo.
La frase no invita al arrepentimiento, no atiza la culpa por aquello que se ha hecho mal. El error no es una grieta por la que hace agua la existencia ni una herida por la que se desangra el ánimo, sino “el ligamento de mis huesos”. Acudo ahora a un viejo libro de texto de Ciencias Naturales donde leo que los ligamentos son bandas de tejido conjuntivo firme, fibroso y elástico que sostienen la osamenta al conectar un hueso con otro en las distintas articulaciones. Proporcionan equilibrio al gozne, y aportan elasticidad y resistencia debido a su destreza para estirarse y volver a su forma original. Los ligamentos de la columna, por ejemplo, mantienen alineadas las vértebras y dan soporte al movimiento del tronco.
Las decisiones equivocadas, en fin, no nos definen tanto por el daño que causan como por la capacidad de devolvernos la sensatez tras sufrir el tropiezo. El error nos obliga a detenernos, a reconsiderar, a pensar, a probar caminos diferentes. Tal vez no haya aprendizaje posible sin la tensión de haberse desviado, del mismo modo que no hay movimiento sin ligamentos que contengan el impulso de los músculos y eviten el choque entre los huesos.
Al mirar atrás, es posible advertir que fueron los traspiés, más que los aciertos, los que dieron forma a lo que somos. El desamor, la palabra mal dicha o a destiempo, la decisión desacertada… Todo eso, con el paso de los años, se convierte en material de resistencia. El error, en fin, como esqueleto invisible, como la trama que sostiene la vida desde dentro. No es un llamado a equivocarse a propósito, desde luego, sino a buscar un tipo de relación soportable con lo que no fuimos capaces de hacer de otra manera.
Hay frases que arreglan una tarde rota.
_Juan José Millás_ . en "Opinión" _La Nueva España_
... La nefasta respuesta de ciertos silencios
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