Deja de revisar si vio tus historias. Deja de preguntarte si te extraña. Si lo hiciera, no estarías dudándolo. Silencia su nombre, sus publicaciones, su presencia. Y si eso duele como una pequeña ruptura, llora por eso también. Llora por la versión de ti que se aferró demasiado.
Perdónate por quedarte cuando sabías que poco a poco te estabas rompiendo. Borra los chats que relees de noche. Deja de buscar en mensajes antiguos señales de que le importabas. Sabía lo que hacía. Se fue. Deja que eso sea tu cierre.
Llora si lo necesitas. Grita contra la almohada. Deja que el dolor suba a la superficie. No eres débil por sufrir. Eres humano. No te castigues por seguir sintiendo. No confundas extrañar con necesitar. Extrañar es parte de soltar, pero no significa que debas volver.
Recuerda las noches en las que te sentiste invisible. Las veces que tuviste que pedir lo más básico. El modo en que siempre estabas adivinando dónde estabas parado. Deja de espiar su nueva vida. Esa versión del amor ya te rompió. Empieza a elegir tu propia vida, aunque al principio se sienta vacía.
Permítete sentarte en el silencio. No tengas prisa por llenarlo. Deja que te enseñe algo. Habla con tus amigos, de todo, incluso de las partes que crees que suenan patéticas. No necesitas un cierre que venga de ellos. Algunas personas se van sin explicación… y esa es la explicación.
Escribe hasta que deje de doler. Llora otra vez si hace falta. Pero no dejes de avanzar. Sanar no siempre se ve bonito, pero es real. Deja que el dolor venga de visita, y luego déjalo ir. Y cuando te sorprendas buscándolos en otra persona, trátate con paciencia. Eso también es parte de sanar.
Déjate caer a pedazos. Pero prométete que, pedazo a pedazo, te vas a reconstruir. Día a día. Porque la verdad es que ya eras completo antes de ellos. Y volverás a serlo sin ellos.
Deja de intentar recuperarlos.
Recupérate a ti.
Tú eres por quien vale la pena luchar.

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